Frecuentemente las mujeres estamos bombardeadas por estereotipos de belleza que forjan nuestra personalidad y la manera en la que percibimos el mundo. Y es que ¿cuál mujer no ha envidiado a esas mujeres imperecederas, de una piel tersa, limpia e impecable como la porcelana? Sin embargo, esta belleza perfecta y universal tiene un carácter paradójico: entre más se explora e indaga sobre los prototipos que moldean la concepción de lo que es bello, más nos damos cuenta que es en la imperfección donde radica la belleza más pura. De hecho, grandes literatos como Mario Benedetti afirmaban que “la perfección es una pulida colección de errores”.

Para las mujeres, el mayor error en lo que respecta a su aspecto físico, se relaciona con las marcas que tienen en la piel. Esta aversión a las marcas es un estigma femenino que se nutre con las imágenes que publicitan “la belleza”. Pero esta concepción es algo completamente superficial, pues como dice Maria Colasanti, la belleza es algo misterioso, es un concepto encubierto que se construye con base a imperfecciones. Entonces, en camino del descubrimiento de la belleza nos encontramos con las mujeres que destacan por sus marcas en la piel, puesto que estas adquieren un valor especial y único. Para ejemplificar lo anteriormente expuesto, Marilyn Monroe convirtió su lunar en un símbolo de belleza y sensualidad.

Al indagar por la belleza, algunos proyectos modernos, como The atlas of beauty o Les origines de la beauté, ilustran cómo el ideal de belleza varía dependiendo de la cultura. Por ende, la belleza no es algo con lo que se nace, más bien es algo que se construye y que está en constante cambio. Pero, al contrario de lo que muchas mujeres piensan, esta construcción es a nivel personal (interno), al ser reflejo del interior, un espejo de los sentimientos de estima y amor propio. Sin embargo, este hecho pasa desapercibido pues pareciese que las mujeres tuvieran inscrito en su inconsciente ese modelo o prototipo de belleza único, que tanto se publicita en los medios de comunicación. Prueba de esto es el

trabajo artístico realizado por Justin Bartels, en donde se plasman las marcas que dejan algunos productos de belleza en la piel. Esto nos invita a preguntarnos ¿hasta qué punto las mujeres estamos dispuestas a sacrificar nuestra autenticidad para poder encajar en el prototipo de mujer ideal?.

Gran parte de lo que nos caracteriza y nos hace únicas son la marcas en la piel, ya sean las dejadas 

por los productos de belleza o las que aparecen de manera natural. Sin embargo, no muchas somos conscientes de esto, más bien sobre estimamos las interpretaciones superficiales que tenemos con respecto a estas marcas. Pero, las estrías, las pecas, las manchas y las cicatrices no sólo pueden ser entendidas a la luz del observador, deben ser comprendidas a partir de lo que relatan. Y por relato, no me refiero a la historia que narra su aparición, sino a una historia que muestra cómo éstas determinan la manera en la que nos vemos a nosotras mismas y cómo esto se proyecta a la vez, en la forma en la que los otros nos ven.

Así, debido al impacto que tienen las marcas sobre la manera en la que nos percibimos a nosotras mismas, este proyecto busca que quien lo lea, se apropien de su propia piel, se sienta cómoda con sus marcas y se amen a sí mismas tal y como son. Este libro se postula ante la sociedd como una lucha: una pelea en contra de los cánones de belleza que se han impuesto en la sociedad, una crítica hacia estereotipos que restringen y desvirtúan las diferencias, una disputa en contra de los prototipos que tienen como último fin universalizar la idea de que la belleza es como una porcelana, impecable y delicada. Por lo tanto, solo nos queda preguntarnos ¿desde cuándo está mal ser diferente? ¿por qué el objetivo de la feminidad es encajar en las piezas de producción que dicta el mercado? ¿cuál es el fin de restringir la autenticidad que las marcas graban en mi piel?